¿Cómo pasamos de la revolución octubrista a la contrarrevolución pinochetista?

¿Cómo pasamos de la revolución octubrista a la contrarrevolución pinochetista?

09 Mayo 2023
Reflexiones tras las elecciones de consejeros constitucionales donde los Republicanos arrasaron en las urnas.
Diego Escobedo >
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Foto: publicdomainvectors.org

“Los que votan republicanos son concertacionistas que quieren volver al pasado feliz [...] es un conservador y el refugio conservador lo encuentra en los 30 años, los republicanos no encuentran su tranquilidad en [Augusto] Pinochet, la encuentran en los 30 años”, afirmó el sociólogo Alberto Mayol, tras presentar los resultados de su popular encuesta de La Cosa Nostra. 

El mismo Mayol hizo énfasis en que una cosa son los dirigentes del Partido Republicano (donde encontramos gente que claramente tiende a la ultraderecha, pinochetistas, libertarios y Opus Dei, entre otros), y otra cosa muy distinta es la gente que vota por dicha colectividad. De acuerdo a su estudio, cerca de la mitad de los votantes republicanos evalúan positivamente a los gobiernos de Aylwin, Frei y Lagos, y quieren volver a los 30 años.

Si este estudio tiene razón, y a la luz de los resultados en la elección de constituyentes del pasado 7 de mayo, podemos decir que los partidos y líderes tradicionales de la Concertación murieron, pero no así sus ideas. Sigue vigente la pulsión por recuperar al menos una parte de su legado. Ojo con esa palabra: REcuperar.

De ahí que me quiero detener en cierto concepto que planteó Mayol, el “Pasado Feliz”. Cualquiera que tenga memoria de más allá de 10 años atrás, sabrá que, si se preguntaba la opinión por la Concertación, o incluso por el nivel de desarrollo alcanzado por Chile… en su gran mayoría de los casos, sería una opinión negativa. Incluso muchos de los que votaron por los cuatro gobiernos concertacionistas entregaban una visión disconforme. Eran sencillamente la opción menos mala. Era eso o Pinochet.

Esto es una cosa muy idiosincrática. Los chilenos somos grises, caminamos por la calle con cara de enojados o tristes. Todos los extranjeros nos señalan lo mismo. Y eso se refleja en nuestra cultura: somos extremadamente autocríticos y pesimistas, a ratos chaqueteros e incluso autodestructivos. No somos de crítica constructiva o propositiva, sino de criticar por criticar. Nos ponemos patriotas para las Fiestas Patrias en septiembre, pero el resto del año, somos el peor país de Chile, hermano… (bueno, se supone que los republicanos son “patriotas” todo el año). En consecuencia, era normal escuchar a un inmigrante latinoamericano apuntarnos que “ustedes no son conscientes de la riqueza que tienen”, o “ustedes exageran el problema de la seguridad”. Y es verdad, éramos el mejor país de Latinoamérica, y todo funcionaba con relativa normalidad… hasta el Estallido Social de 2019.

Es un hecho que el modelo neoliberal ya venía a la baja, y habían una serie de problemáticas sociales que fueron ignoradas durante demasiado tiempo hasta que el malestar finalmente estalló ¿esto se podía resolver de una forma institucional y civilizada sin recurrir a la violencia? Lamentablemente la respuesta pareciera ser que no. No tanto porque las instituciones y la democracia chilena se quedaran cortas, sino porque la educación cívica del chileno demostró ser extremadamente deficiente. Esto se reflejó en dos grandes hechos: primero, la relativización y glorificación de la violencia que se observó en amplios sectores del país. Acto seguido, en el 50% de abstención electoral que marcó a todo el carrusel de elecciones entre 2020 y 2022. Y peor aún: en el 20% de votos nulos y blancos que vimos en esta última elección de constituyentes. Elección que en sí, tuvo un nivel de debate bastante bajo y alejado de la cuestión constitucional.

Podemos sumar un tercer factor, el cual implica una crítica tanto a la clase política como al mismo electorado: desde 2010, fin de la Concertación, que ha ganado la oposición. De Piñera 1, pasamos a Bachelet 2, después a Piñera 2. Luego Boric, y al ritmo que vamos… ¿José Antonio Kast? Lo único constante ha sido la alternancia electoral, el voto de castigo. Esto es un fenómeno antiguo en todo caso: Enrique Lafourcade ya nos advertía en los ´70 que Chile no es de izquierda ni de derecha, sino que un “país Contreras”: entre 1952 y 1973, siempre ganó la oposición al gobierno de turno; Alfredo Jocelyn-Holt, por su parte, complementa con una frase muy vigente en su clásico El Chile Perplejo (1998): los chilenos tenemos la manía de elegir y amar a nuestros mandatarios con la misma pasión con la cual después los odiamos. La esperanza de una edad de oro o de un futuro feliz, solo nos dura en época de campaña y luna de miel.

Es un tirón de orejas para la clase política, pero también para un pueblo que no ha sabido decidirse por un camino o un modelo de país. Y de tanto castigar al modelo vigente… pareciera ser que ahora comienza a redescubrirlo.

La gran tragedia de las naciones prósperas, es que no son conscientes de su prosperidad. Dicho en forma más coloquial, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Aquí podemos citar a una clásica escena de Los Simpsons: el abuelo Abe y su amigo Gaspar, siendo jóvenes en los años ´50, van al cine donde ven un corto propagandístico del gobierno. Acto seguido, el dúo sale a la calle, donde Abraham se queja de que “aquí todos actúan como si las calles estuvieran cubiertas de oro”. La escena luego da paso al tiempo presente, donde se ve a la misma pareja, ahora ancianos, caminando por la misma calle, pero en una ciudad decadente, llena de basura, pobreza y delincuencia. La Edad de Oro queda claramente identificada con un pasado lejano.

Cabe hacernos la pregunta ¿cuál fue nuestro Pasado Feliz? ¿tuvimos alguna vez una “Edad de Oro?

En el caso norteamericano y europeo, esta época corresponde a la post Segunda Guerra Mundial. Vale decir, desde el año 1945 en adelante. Cuando vino el Baby Boom, y casi todo el Primer Mundo comenzó a construir un Estado de Bienestar. En ese contexto, el historiador Eric Hobsbawm lo ejemplifica con una anécdota muy elocuente. En la campaña de un candidato a diputado por el Partido Conservador inglés en los años ´50, su slogan rezaba: “Nunca antes habías tenido tanto…”. Esta época se cortó a mediados de los ´70, cuando la crisis del petróleo y la decadencia de ese Estado de Bienestar fueron la antesala para las reformar neoliberales de Reagan y Thatcher en EE.UU. y Reino Unido. 30 años de consenso no está nada mal, ¿verdad?

¿Pero qué pasaba en Chile?

Si le preguntamos a Benjamín Vicuña Mackenna, la Edad de Oro de Chile fue la época de la conquista, en el siglo XVI. Por lo menos así la tildó en su libro del mismo nombre (es decir, lisa y llanamente cuando la economía chilena dependía de la extracción del oro). Para el primer Centenario, en 1910, nuestro país vivía la llamada “Crisis del Centenario”, con un pesimismo y malestar social similar al actual, pero acompañado de tremendos niveles de pobreza y desigualdad, la conocida “Cuestión Social”. En ese contexto, Vicente Huidobro criticaba:

Un país que apenas a los cien años de vida está viejo y carcomido, lleno de tumores y de supuraciones de cáncer como un pueblo que hubiera vivido dos mil años y se hubiera desangrado en heroísmos y conquistas. Todos los inconvenientes de un pasado glorioso, pero sin la gloria. No hay derecho para llegar a la decadencia sin haber tenido apogeo”.

Los historiadores apodan al período comprendido entre 1932 y 1973 como la “época clásica de la democracia chilena”. Aquí Chile destacó por su estabilidad institucional y desarrollo democrático… acompañado por enormes niveles de pobreza y desigualdad. A lo cual se sumó la inflación como un mal endémico del país, y la falta de continuidad en las políticas públicas a partir de 1952.

Posiblemente lo más parecido que encontraremos a una época de oro en ese contexto son los gobiernos radicales. Entre 1938 y 1952, nuestro país tuvo 3 mandatarios de esta colectividad. Dicha continuidad permitió industrializar el país, realizar una serie de reformas educativas de corte nacionalista, y profundizar aún más la democracia (voto femenino incluido). De los 3 presidentes, Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla, el primero es lejos el más popular, y actualmente es respetado como un gran estadista de forma transversal.

Pero eso fue en los años ´40, ¿no hay una Edad de Oro más cercana? La Dictadura es un período que nadie que se autodefina como demócrata podría (o debería) reivindicar. ¿Y la Concertación? Sin lugar a dudas que estamos ante los 20 años más exitosos en la historia de Chile, dado que el país se modernizó, progresó, y un tercio de los chilenos salió de la pobreza y pasaron a ser clase media durante esos 4 gobiernos de centroizquierda. Y no obstante… no hay ningún fervor popular por la Concertación. Es más, durante el estallido, la tónica fue satanizar todo lo que tuviera que ver con “los 30 años”.

De ahí que desde la derecha trataron de acuñar la frase "los 30 gloriosos años", para combatir el "No son 30 pesos, son 30 años". Esto es una referencia a los 30 años iniciados post Segunda Guerra Mundial en el Primer Mundo. No obstante, en Europa y EE.UU. se construyó un sólido Estado de bienestar en ese tiempo. Aquí todo lo contrario: la continuidad del modelo neoliberal mantuvo las privatizaciones, los derechos sociales dejados al arbitrio del libre mercado y, en suma, un Estado subsidiario.

Dicha frase no prendió, pero, aunque mucha gente no lo quiera reconocer, la nostalgia por la época de la Concertación ya es una realidad.

Los niveles de delincuencia, inflación, inmigración ilegal desatada, y descrédito de la política, acompañado de un nivel muy bajo de los parlamentarios electos, entre otros, ha llevado a muchos a revalorizar ese pasado reciente, como apuntaba Mayol, junto con los conceptos de “Orden” y “Progreso”.

He ahí la efectividad del slogan de la tienda ultraderechista: “Reconstruir, Recuperar, Republicano”. O sea, “Reconstruir” un Chile que se perdió con la violencia y destrucción octubrista (algunos le sumarán la pandemia y el mal gobierno de Boric); “Recuperar”, una palabra que ya se usaba desde el plebiscito de entrada, y que tenía una clara connotación pinochetista. “Recuperemos Chile una vez más”, decía una canción de dicha campaña, haciendo una analogía con 1973. “Refrescar”, es otra palabra recurrente en un partido que ha puesto al sufijo “Re” como su gran emblema. Es decir, regresar, rebobinar, refrescar viejas ideas para actualizarlas, retroceder a un pasado feliz, antes que empezaran los problemas. Revalorizar algo que antes solo una elite política valoraba (los autocomplacientes de la Concertación y de la Alianza), y que recién ahora empieza a ser visto con cariño por un electorado más grande.

Esto es un fenómeno común al ser humano. En la juventud, se es rebelde y contestatario. Idealista y ambicioso con sus metas. Ya viejo, empieza a tornarse más conservador, a bajar sus exigencias y a priorizar la estabilidad y el orden. Otros, derechamente idealizan un pasado terrible como una infancia feliz. ¿Quién no ha escuchado decir a sus abuelos “en los buenos tiempos… cuando yo era joven…” para después describir una situación de injusticia y sufrimiento? Que los profesores les pegaban, que sus patrones los explotaban, que los militares los reprimían… Algo que hoy cuentan muertos de la risa. Es un mecanismo de protección: en vez de morir con la frustración de no haber tenido la vida que uno esperaba, el hombre se resigna, o se conforma, con ver el vaso medio lleno, para luego morirse tranquilo, o al menos tener una vejez medianamente satisfecho.

Está pasando ahora con la Concertación, que en sí no es malo (como ya dijimos, fueron los 20 años más exitosos que ha tenido Chile), lo preocupante es que también está pasando con la Dictadura. Cerca de la mitad de los republicanos, el voto duro, está reescribiendo la historia para hablarnos de 17 años de Orden y Progreso, donde no había inmigrantes, ni delincuencia, las calles estaban impecables, y las Fuerzas Armadas lideraban un gobierno patriota y apolítico. Un fenómeno que también vimos recientemente en EE.UU. con Donald Trump y su “Make America Great Again”; o en Brasil con Bolsonaro, que reivindicó las 2 décadas de dictadura, como una época de progreso, patriotismo, y armonía entre las clases sociales y los grupos raciales de Brasil. En ambos casos, se vendía el cuento de un Pasado Feliz. En nuestro caso, el relato de la ultraderecha parece apuntar al Chile de Ricardo Lagos, pero también al Chile de Augusto Pinochet.  

¿Pero por qué nos dimos cuenta tan tarde? ¿cómo pudimos llegar a este péndulo tan burdo, pasando de la revolución octubrista la contrarrevolución pinochetista?

Por muy constante que sea la democracia chilena, no podemos ignorar que hay una generación entera que nació y creció en Dictadura, no alcanzó a votar en el plebiscito… y en su mayoría no se inscribieron para votar ya entrados en los ´90. El boom de los Malls y del consumismo, en el contexto del “Jaguar de Latinoamérica”, sumado a una clase política cada vez más endogámica y desconectada de la calle, los hizo alejarse aún más. El “Chile no estoy ni ahí”, del Chino Ríos. A esto sumémosle todos los que se quedaron afuera del boom económico. Gente que sencillamente nunca tuvo las oportunidades para salir de la pobreza. Niños Sename, o nacidos en poblaciones vulnerables.

"El niño maltratado de hoy es el ciudadano escéptico del mañana. Quien madura a golpes asume la filosofía de la fuerza como orden de la vida. Difícilmente la democracia podrá contar con él", lo dijo Aylwin en 1990. Ya hace 30 años se veía venir a la Primera Línea... o también a los nuevos pinochetistas, y por tanto voto para los republicanos. Esto no es menor, dado que los violentistas octubristas lo más probable es que no voten. De ahí que resultaba sumamente errónea la interpretación que hicieron muchos de que el “estallido era de izquierda”. El malestar y el péndulo daban un nicho de oportunidades igual de importantes para la derecha. Particularmente la derecha populista y la extremista.

¿Los republicanos nos llevarán a ese Pasado Feliz? ¿Volveremos a esa Edad de Oro o nos la volveremos a farrear? O peor aún ¿qué tal si el neoliberalismo refrescado tampoco era lo que esperábamos, se vendrá un nuevo Estallido?

Lo único claro es que el chileno necesita creer en algo. El ser humano necesita creer en algo, sea una religión, una ideología, una tradición o lo que sea. Nos ha hecho mal tanta alternancia en el poder, tanto voto de castigo sin crítica constructiva. Eso solo nos ha llevado al péndulo en el que estamos. Si seguimos con este nivel de desconfianza y escepticismo, nunca saldremos de la crisis, y no llegaremos a ninguna parte.

El pueblo de Chile necesita creer algo, y de forma sostenida en el tiempo. No tiene que ser un caudillo, ni un líder populista, ni una medida o reforma cortoplacista, sino un proyecto político de largo plazo. Un modelo de país que genere entusiasmo, o por lo menos un consenso mínimo entre la ciudadanía, y que sea continuado por dos u ojalá tres gobiernos consecutivos del mismo signo. De lo contrario, seguiremos estancados en este péndulo, sin encontrar jamás esa Edad de Oro. Peor aún, correremos el riesgo de perder esta copia feliz del Edén, y pasar a una constante, progresiva e irreversible decadencia.